A la vuelta de la esquina
Todos los días iba a hacer la compra para la casa, a “lo de Toni”, la tienda de la esquina de casa.
Lo raro era que un día todo estaba bien. Y al otro, todo estaba mal.
No me había fijado detenidamente en qué pasaba para que de repente todo cambie. Pero comencé a prestar atención.
Vi que Toni o alguien de su familia, atendían bien, sonriendo y conversando a muchos que estaban antes que yo. Pero con otros se ponían algo serios. Y cuando llegaba mi turno, era lo peor.
No sabía si pedir que por favor me vendan algo o si mejor me iba. Toda mi adolescencia y juventud, fue así.
Cuando llegaba a casa le decía a mamá; parece que hoy le pasa algo a los de la esquina. Mamá, como si nada, respondía: “ya son así parece, hija”. Papá, en cambio, decía: “ni te calientes, hija, pedile lo que buscás, pagás y listo». (Él era así, un poco duro, pero resiliente).
Pero yo recordaba muy bien que con mis abuelitos iba siempre de compras, y la abuelita siempre, siempre, siempre, estaba “exigiendo” ser bien atendida (al menos así lo recuerdo). Me decía: “no me hacen un favor, yo les pago, que me digan la verdad, que no quieran engañarme y que me traten bien.»
Sinceramente, no podía entender por qué les costaba sonreír y atender con ganas a todos. Y además pensaba: encima que tenés que estar pidiéndole las cosas porque lo tienen todo tras un mostrador y rejas, te hablan enojados, te miran molestos y parece como si te hicieran un favor.
No me quería resignar, pero tampoco me resbalaba. Sí, me importaba la situación (o no estaría contándotela ahora).
Por lo menos hasta los 16 o 17 años, esa fue la rutina. ¡Increíble! Todavía recuerdo esa sensación de no querer ir a ese lugar, pero era el único almacén del barrio y claro, no podíamos ir tan lejos (o tal vez ya se hizo costumbre).
Un día llegué (con mi hermano), estaba lleno. ¡Llenísimo! Había gente hasta en la vereda. Y claro, jóvenes, ansiosos y revoltosos, no queríamos esperar.
Conversamos en secreto un ratito, y nos acordamos que “a la vuelta de lo de Toni” (que estaba en la esquina), había otra tienda (a la que nunca habíamos ido, y no nos habían dejado ir).
¡Qué va! Fuimos. ¡Y qué sorpresa! Podíamos entrar y ver las mercaderías en los estantes, recorrer los pasillos y comparar precios y marcas.
No sé mi hermano, pero yo, me sentía en mi salsa 🤩.
El señor que estaba atrás, en la sección de carnes, nos preguntó: “chicos, son nuevos por acá; qué andan buscando”. Le contesté: “no estamos seguros, Don, porque nos toca cocinar a nosotros hoy”.
El Don dijo: “que tal un rico fideo con estofado. Ese tallarín que está ahí, el verde, es delicioso, mi esposa lo usa siempre……. ¡Doña Rosa! mejor use la otra balanza que esa está fallando, no vaya a ser que le pese de más y se esté llevando menos. ¡Mario! Ponele el cartel de “no funciona” a la balanza chamigo. (Interrumpió el señor nuestro menú 🤤).
Nos miró de golpe y exclamó: ¿dónde quedamos? Ah, sí. Unas papitas cortadas en cuadrados no tan grandes, pero no chiquitos como los de ensalada, ¡ehhh!, cebolla, puré de tomate, orégano, un pedazo de carne bien tiernita, y ya está la salsa. ¡Ah! y el queso, parmesano mejor. ¿Qué les falta?…
Nos miramos mi hermano y yo y respondimos: ¡Todo! 😅
Bueno, que te digo. No solo estaba de buen humor y nos mostró todo lo que podíamos llevar, precios y cuáles eran mejores y por qué, sino que además, nos ayudó con el menú del día. ¡Qué ganas de ir todos los días a preguntarle qué cocinar!
Y claro, le contamos a mamá primero (porque no nos habían dado permiso de ir más allá), pero como estuvo todo bien, también le dijimos a papá. Así que ahora, ya podíamos elegir dónde ir de compras, porque la verdad, ir a lo de Toni, era una tortura y la dosis diaria de mal humor que nadie quiere tener.
¿Por qué te cuento esto? Porque NO importa el medio, la comunicación, la conversación, el diálogo sigue siendo el mismo: DE PERSONA A PERSONA.
Que sea DIGITAL no lo hace menos humano. Sino que somos nosotros los que llevamos nuestra humanidad (o «des») a otros medios.
Cuando te quedes en blanco y pienses, «qué publico hoy en mis redes», ponete a pensar en todas las preguntas que se hace tu cliente. Sus dudas, sus miedos, sus inseguridades. Esas dudas que son difíciles de abordar si estás detrás de rejas y de mal humor o seriote.
Anticipate a sus miedos y resolvele pequeños problemas del día a día. Que sienta que estás ahí, presente en sus peores y en sus mejores momentos. Sé parte de lo cotidiano, que es dónde necesitamos resolvernos.
Es el «Qué» y el CÓMO vayas a decir lo que tenés para decir que le arregle el día a tu audiencia.